Coque y Alvar
21:12
Hace muchos años vivía en un pueblo muy pequeño un niño que se llamaba Coque. A Coque le gustaba lo que les gusta a la mayoría de los niños: jugar, pintar, nadar en el río en verano...Pero había una cosa que era la preferida de Coque: pasear por el bosque cercano con su amigo Alvar. La gente del pueblo decía que el bosque era peligroso, pero Coque y su amigo no hacían caso de lo que decían los mayores porque se sentían muy seguros cuando estaban juntos. Eran grandes amigos.
Un día de Junio, cuando todavía no hacía demasiado calor, Coque fue a casa de su amigo Alvar para ver si le apetecía dar una vueltecita por el bosque con él. Alvar, que ya había terminado los deberes de la escuela, le dijo encantado:
-Genial. Espérame dos minutos al lado del puente, que voy enseguida.
Salieron del pueblo a media tarde, con la idea de estar en sus casas para la hora de cenar. Cruzaron el puente, subieron por una pequeña colina y cogieron uno de los múltiples caminos que entraban en el bosque.
Cuando estaban juntos hablaban de muchas cosas. Siempre tenían algo que contarse. Así que estuvieron andando y andando, hablando y hablando durante mucho tiempo, hasta que sintieron que empezaba a oscurecer.
-Tengo hambre, dijo Coque. Y no tenemos nada para merendar.
Alvar, que le había escuchado a su abuelo una historia sobre el bosque, le respondió:
-Bueno, dicen que en algún lugar del bosque hay unos árboles que dan unas frutas dulces, sabrosas, y llenas de energía, pero que son tan difíciles de encontrar, que ni siquiera tienen nombre.
Alvar y su compañero de aventuras continuaron caminando por el bosque, subieron más colinas, cruzaron más ríos y cuando estaban tan cansados que ya casi no podían andar, vieron por casualidad un árbol alto del que colgaban unas frutas que nunca habían visto.
-Mira Coque, dijo Alvar emocionado, ayúdame a subir a este árbol.
Así que Alvar puso sus pies encima de los hombros de Coque y con un palo largo consiguió hacer que cayeran al suelo siete frutas sin nombre.
Cada uno comió dos y guardaron las otras tres por si tenían más hambre en el camino de vuelta al pueblo.
-¿Por dónde volvemos al pueblo?, preguntó Alvar un poco preocupado.
-Creo que me acuerdo del camino. Sígueme. Coque parecía más tranquilo.
Así que volvieron a cruzar ríos, a subir y bajar colinas hasta que se hizo de noche en un lugar desconocido para ellos. El cansancio era tan grande, que decidieron tumbarse en un claro del bosque. Tras unos minutos en silencio, escucharon unas voces. Poco a poco se fueron acercando hasta el lugar del que provenían, y descubrieron una pequeña casa de madera. Dudaron un minuto. No sabían qué hacer.
-Creo que deberíamos llamar y pedir ayuda para volver al pueblo. Coque estaba decidido.
-¿Y si en la casa hay algún ser malvado?. Temblaba Alvar.
Mientras Coque y su compañero intentaban decidir qué hacer, se abrió la puerta de la casa.
Una viejecita de aspecto entrañable exclamó llena de miedo:
-Si eres el lobo, ya puedes irte inmediatamente. No te tenemos miedo. Fuera de aquí.
Al oír la palabra “lobo”, los dos amigos se asustaron y empezaron a gritar.
-No somos el lobo, nos hemos perdido en el bosque y no sabemos cómo llegar al pueblo.
La viejecita les respondió cariñosamente:
-Venga, rápido, entrad a mi casa antes de que venga el lobo, rápido.
Sin dudarlo, los niños entraron en la casa pensando que allí estarían a salvo.
La viejecita empezó a hablar:
-Hola muchachos. ¡Qué susto me habéis dado! El lobo que vive en este bosque viene cada noche hasta aquí. Llora cinco minutos y después se va por donde ha venido. Mi nieta, que está enferma, le tiene mucho miedo y cuando parece que está mejor, viene el lobo, la asusta y empeora. Venid, venid a conocer a mi nieta.
Sobre la cama de una pequeña habitación, una hermosa niña intentaba descansar. Cubierta la cabeza con una caperuza de color lila, la niña se presentó:
-Hola, me llamo Flor, pero todo el mundo me llama Caperucita lila, por el color de la capa que cubre mi cabeza. He venido a casa de mi abuela porque estoy enferma, y dicen que sólo me curaré si como cuatro piezas de una fruta que hay en este bosque pero que nadie ha visto, ni ha probado nunca. Mi abuela me cuida muy bien, pero cuando viene el lobo...
Caperucita lila no podía contener las lágrimas. Estaba tan cansada, que cayó dormida.
Coque miró a su amigo de aventuras. Una mirada que fue suficiente para saber lo que tenían que hacer.
-Creo que podemos ayudar a su nieta, dijo Coque con el corazón. Esta tarde, mientras buscábamos el camino de vuelta al pueblo, encontramos un árbol que nunca antes habíamos visto. Estábamos tan cansados y teníamos tanta hambre que decidimos comer unas cuantas frutas. Mire señora, aquí tenemos tres piezas que guardamos pensando en el camino de vuelta al pueblo. Déselas a su nieta.
La abuela de Caperucita lila se emocionó ante la generosidad de Coque. Alvar insistió en que Flor probara las frutas. Había que intentar curar a la niña.
-Caperucita, hija, despierta, mira lo que te han traido estos muchachos, le acarició cariñosamente la frente a su nieta.
Flor, cada vez más débil, casi no tenía fuerzas para comer, pero haciendo un gran esfuerzo, abrió la boca y consiguió tragar la primera fruta. Hizo lo mismo con la segunda y cuando ya estaba a punto de terminar la tercera, exclamó:
-Gracias amigos, una más y ya estaré bien.
En ese momento comprendieron Coque y su amigo que aún necesitaban otra pieza de fruta para curar a la preciosa niña.
-No te preocupes Caperucita. Volveremos al árbol y te traeremos la cuarta pieza, dijo Coque con seguridad.
Justo cuando Alvar empezaba a temblar pensando en el lobo, llamaron a la puerta.
-Toc, toc, toc.
La viejecita abrió la puerta pero no pudo ver a nadie.
-Toc, toc, toc, se oyó otra vez el ruido de alguien que llamaba.
-Abran la puertita y veré a Caperucita.
La abuela abrió, pero allí no había nadie.
-Aunque soy un poco bajo, también dicen que soy majo, insistió la persona que había hablado antes.
-Ni hacia arriba ni hacia atrás, baja el cuello y me verás.
La abuelita bajó la cabeza y pudo ver a un enanito que intentaba entrar en la casa con prisa y decisión.
El enanito pasó por debajo de las piernas de la abuela y se dirigió directamente a la habitación de Caperucita.
-Escuchad con atención
lo que os tengo que contar.
Sólo tengo una intención.
A la niña hay que curar.
Con la fruta, ya veréis,
más grave se pondrá.
Si aún no lo creéis
disponeos a escuchar.
Por bonita y por gentil,
la reina la odió.
Blancanieves quiso huir
y a una casita entró.
Dormidita quedó allí
y voces oyó.
Enanitos vio venir
cantando lari lari laró.
La reina cruel
la quiso envenenar.
Y el príncipe la salva
sólo con besar.
Blancanieves libre al fin,
con él se marchó.
Se casaron, fueron felices
y este cuento se acabó
Terminada la historia, el enanito se despidió y se marchó por donde había venido.
Alvar, la abuelita, Caperucita y Coque, se miraron.
¿Sería la fruta sin nombre la que había envenenado a Blancanieves?
¿Moriría Flor por haber comido tres de las frutas sin nombre?
¿Qué podían hacer?
La abuelita empezó a llorar. Alvar cada vez temblaba más pensando en el lobo. Caperucita no mejoraba. Coque no podía pensar.
Ésta era la situación cuando se oyó un gran silencio en el bosque. Era el silencio que siempre precedía a la a llegada del lobo. Cuando el lobo estuvo a un palmo de la casa, pudieron oir su triste lamento, pero ocurrió algo inesperado. Casi sin poder creerlo, se dieron cuenta de que el lobo estaba hablando:
-¡Qué vida más triste la mía! ¡Qué injusta fama! ¡Qué soledad! ¡Qué abandono! ¿Por qué nadie me habla? ¿Por qué todos me temen? Yo sólo quiero vivir tranquilo, en mi bosque, en el bosque de todos. No quiero hacer daño a nadie. El bosque me proporciona todo lo que necesito para vivir. No necesito disfrazarme de vieja, ni comer niñas, ni engañar a nadie. ¡Qué historia más triste se cuenta por ahí sobre mí! ¿Por qué soy yo tan malo y el enanito tan bueno? ¿Qué solución os dio el pequeño para vuestra nieta y amiga? A Blancanienes no la envenenó una fruta, la envenenó la envidia y la salvó el amor. A Flor la curará el bosque, un árbol del bosque, el de la fruta sin nombre. Aquí está la cuarta pieza de fruta. Cómela Caperucita. Cúrate y cuando estés bien, vendré y pasearemos por el bosque como dos buenos amigos.
El lobo se acercó a la casa, dejó la fruta sin nombre junto a la puerta y se marchó.
Alvar ya no temblaba, la abuela sonreía, Flor miró a Coque, que salió a recoger la fruta.
¿Nadie dudaba? ¿Confiaban todos en el lobo? ¿Comería Flor la fruta que podría curarla?
Quince años después, ya nadie recordaba los detalles de lo que había pasado en aquella casa tanto tiempo atrás.
Bueno, nadie no, porque Melo, a sus tres años y medio, cada noche se dormía con el mismo cuento:
“Erase una vez dos amigos que salieron a pasear por el bosque. Uno se llamaba Coque y el otro Alvar. Como tenían mucha hambre cogieron las frutas de un árbol y se las comieron. Pero no sabían cómo se llamaban, así que Coque dijo:
-Las podemos llamar con nuestros nombres, Coque y Alvar. Alvar estuvo de acuerdo:
-Aunque creo que suena mejor: Alvar y Coque”.
Su mamá, Flor, se lo contaba mientras su papá, Coque, recogía las cosas de la cena.
-Mamá, decía siempre Melo antes de dormirse, ¿Por qué me tapas siempre con una capita lila?
-Algún día te lo contaré.
-¿Y me contarás también la historia del lobo bueno?
-Claro que sí. Buenas noches.
-Buenas noches.
Entonces Melo se dormía con un beso.
0 comentarios